lunes, 22 de diciembre de 2008

Café matinal, pueblo y masa...

Estamos con visitas en Sañogasta. Pasa una partida de jóvenes jinetes que viene de Salta. Son amigos de nuestros amigos salteños y se dirigen a Mendoza. Cada uno da la nota típica de su pueblo. Simplificando mucho podríamos decir: elegancia y finura inteligente (Francia), fortaleza y definición (Alemania), originalidad y simpatía (Irlanda).
Nos cuentan que admiran la hospitalidad y bondad del pueblo argentino, su espíritu tradicional (acaban de participar de la gran procesión a pie y a caballo del Niño de Hualco, en Famatina), y su amor al caballo y a la equitación campera.
Disfrutamos de un fuerte café con leche que parece robustecer las convicciones, y de un pan con manteca, y "pan de Navidad" de hechura local.
La conversación se anima y deriva a la política en el mundo moderno. Al centralismo agobiante que en Iberoamérica está conduciendo a un hiper-presidencialismo no muy diferente de una dictadura "democrática". En que un presidente o una presidente viene a los más remotos puntos para resolver el problema de una fábrica, de un camino, de una escuela. ¿No tienen las provincias sus gobiernos? ¿No hay ministros nacionales y provinciales, diputados, concejales? ¿Todos los hilos deben pasar por el "primer magistrado"? ¿En qué queda el federalismo proclamado por nuestra Constitución, y que costó "sangre, sudor y lágrimas", según la bíblica frase que empleaba Churchill en las horas más duras?
¿Es realmente "democrático" este sistema?
De acuerdo a la doctrina tradicional de los Papas, la respuesta es negativa. A la misma conclusión se llega desde un punto de vista histórico-institucional federal.
Un poder central omnipresente comprime las autonomías.
Va formando una masa de personas que se acostumbran a recibir todo del Poder. Cualquiera ve la inconveniencia e injusticia de este sistema.
De acuerdo a esa doctrina que los Papas expusieron para abrir caminos a la humanidad huyendo del totalitarismo de izquierda o de "falsa derecha", la condición básica para que exista una auténtica democracia es que haya pueblo. ¿Cuándo existe un verdadero pueblo? Cuando tienen vigencia las tradiciones; cuando la institución de la familia es robusta y no dependiente del Estado; cuando los hombres tienen conciencia de sus deberes y obligaciones, como también de sus derechos; cuando lo local no es aplanado por conglomerados mayores o poderes mayores. Cuando la sociedad es variada y jerárquica, al modo de la familia.
Cuanto estos elementos faltan, tenemos la masa, con su alma anónima, colectiva y esclava. Apta, dice Pío XII, para ser manejada, llevada hacia donde quiere o no quiere, por una minoría audaz, generalmente integrada no por los mejores elementos del País sino lo contrario.
Por el contrario, en el verdadero pueblo, existen representantes de la Tradición, que son ante todo, sus familias tradicionales -o nobles, en el caso de Europa.
Así , la principal enemiga de la verdadera democracia es la masa.
Lo expone genialmente Plinio Corrêa de Oliveira en su obra "Nobleza y élites tradicionales análogas".
Los visitantes hojean esta obra y sienten como un aire fresco, como una salida para esta sociedad de opresiones crecientes, problemas recurrentes y crisis latentes.
Existe un modelo de sociedad posible y humano, es la sociedad orgánica, la civilización cristiana. Si los hombres se abren a ella, la sociedad toda sentirá un alivio, como una planta que estaba oprimida y se la airea y se le permite alimentarse para crecer ordenadamente y dar frutos originales y verdaderos.

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