miércoles, 24 de diciembre de 2008

Pedimos como regalo al Niño Dios la Navidad del Cruzado



Llega la Navidad, el Niño Dios está sobre el Pesebre, tendido en gramilla con gran Majestad, como dicen nuestros cantos tradicionales.
El alma se inunda de felicidad, contemplando la escena luminosa: Jesús Niño, la Santísima Virgen, San José, los Santos Angeles… pronto vendrán los pastores y, más tarde, los Reyes.
Cuánta Grandeza en tanta pequeñez aparente. Qué tesoros, qué riquezas infinitas, para nosotros, sus criaturas…
El se nos muestra accesible, para mejor atraernos a través de María Santísima, Madre y Reina de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana. Como buen Hijo, nos da a su Madre, así como Dios Padre nos lo da a El, su Hijo Unigénito.
Cuentan inspiradas revelaciones privadas que, cuando el Niño Dios nació, los ídolos temblaron y se resquebrajaron. Hubo gran espanto en el mundo pagano y un sentimiento de alivio, de esperanza, en los hombres de buena voluntad en toda la Tierra.
Bajo ciertos aspectos, la situación del mundo actual está mucho más necesitada del Redentor que en aquellos tristes días, por dos factores: aquellos hombres paganos no habían abandonado la Fe sino que aún no la habían recibido. De su conversión surgiría, un día, la civilización cristiana. Ni tenían el poder de llegar con sus errores, vulgaridad e inmoralidad hasta el interior de los hogares, hasta las almas de los más pequeños, hasta los confines de los caseríos más retirados…
Practicaban horribles vicios y violaciones a la Ley de Dios: basta pensar en Herodes, en Pilatos, en la crueldad de los asirios, en el ocultismo de los egipcios, en los pecados contra la naturaleza y los desórdenes de los griegos. Pero no tenían el pecado de Revolución anticristiana, el igualitarismo, la indiferencia, la cobardía, el relativismo en ese grado… no habían sido “disciplinados” hasta la esclavitud sin cadenas del hombre de hoy, manejado por la propaganda y por el Superestado moderno, que cada día nos sorprenden con nuevos avances, con nuevas audacias, con nuevas desvergüenzas… Basta entrar en el noticiero de cualquier diario para encontrarse con una oleada de infamias grandes y pequeñas, explícitas o implícitas, que parecen proclamar, de manera subliminal, que Dios no existe o que su venida al mundo a redimirnos es irrelevante.
En esos medios masificantes, que imponen el pensamiento único dominante, la Santa Navidad se torna un mero objeto de curiosidad, de fantasía, de extravagancia, en un mundo que perdió lo más importante: el sentido de Dios, el sentido de los trascendentales: del bien y el mal, de la verdad y el error, de la belleza y la fealdad… Perdió el sentido de la Navidad…
Sin embargo hoy, más que nunca –por contraste- la luz brilla en las tinieblas. La Luz que ilumina a todos los hombres durante toda su vida, como dice San Juan en su Evangelio. Sólo El es el Camino, la Verdad y la Vida. Fuera de El sólo hay extravío, embuste y muerte, como dice el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira, en su meditación sobre el milagroso cuadro de la Madre del Buen Consejo de Genazzano.
* * *
Contemplamos el mundo desde lo alto de la Torre de Marfil de la verdad católica, un poco como El Greco miraba a Toledo en sus cuadros, pero con mirada de cruzados.
Al pie del pesebre, pedimos a Aquel que es Fuerte, Poderoso y Santo, por intermedio de su dulcísima Madre, la inspiración y las fuerzas para continuar el buen combate por la derrota de la Revolución gnóstica e igualitaria y la restauración de la Civilización Cristiana. Suavísima realidad dentro de las condiciones de esta tierra de exilio que, conforme enseñan los Papas, existió, y que debe ser permanentemente renovada sobre sus fundamentos.
Así, en las inefables dulzuras de la Navidad, en medio de los villancicos, las oraciones, los brindis familiares, conservaremos el rechazo absoluto a todos los factores de disgregación y sometimiento al mal, y el deseo de contribuir con todas nuestras fuerzas a la restauración de la Civilización Cristiana.
El Niño Dios irradiando su Luz, su Misericordia, no vino a traer la falsa paz con el mal sino la espada. Hoy como entonces viene a derribar los falsos ídolos. Es el sentido de la Cruzada del tercer milenio…
Que El nos dé, como gran regalo, su espada por medio de Aquella que El suscitó para aplastar la serpiente.
¡Muy Feliz y Santa Navidad!

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