domingo, 22 de noviembre de 2009

Ruralización y patriciado - Haciendas, vecinos y espíritu apostólico - 17ª nota

La Estanzuela, Santa Fe
San Ignacio, Misiones (Paraguay) - Foto Ezequiel Mesquita

Ruralización y patriciado – Las haciendas
Los legistas favorecen el absolutismo inspirados en otra errada tendencia político-social renacentista, y se oponen a la hereditariedad de las encomiendas, al contrario de lo que proponía el Virrey Toledo. Faltas del apoyo de la Corona ,se van extinguiendo.
Los vecinos, privados de sus beneficios, se vuelcan al campo para subsistir y mantener su patrimonio y preeminencia social.
En las zonas rurales se forma una sociedad marcadamente mestiza. Las ciudades decaen, pero su alma, los vecinos, se consolidan en la nueva situación, y le devuelven luego su esplendor. Serán hombres de dos mundos, vínculo orgánico entre la ciudad y el campo, dirigentes auténticos en ambos ambientes.
De su espíritu emprendedor surgen las grandes haciendas, industrias regionales y estancias, algunas de ellas realzadas por títulos feudales como el de Señor de San Sebastián de Sañogasta, cuyo uso perdura hasta el siglo XX.

Un vecino característico
Figura de vecino señorial a servicio del bien común –misión de nobles y familias tradicionales- fue don Francisco Javier de Echagüe y Andía, feudatario de Santa Fe, ejemplo del tipo humano que forjó la Argentina temprana.
Indefensa Santa Fe de la Vera Cruz ante el poder creciente de los indígenas, los pobladores comienzan a abandonarla. Este varón levanta los ánimos, forma fuerzas y organiza defensas contra las devastaciones.
Contraataca y vence a los indios y, lejos de exterminarlos, se las ingenia para ganar sus voluntades, volviendo a Santa Fe acompañado por los caciques, dispuestos a organizarse en pueblos pacíficos y a vivir en la Fe católica. Es nombrado entonces Teniente de Gobernador.
Conocedor del terreno, parajes y guaridas, como buen hijo de la tierra, no sólo defiende la ciudad sino que los busca en las tolderías, atacándolos al romper el día con la claridad de la luna, causándoles bajas y sacando del cautiverio a los cristianos, insensible a trabajos e incomodidades, negándose el preciso descanso.
Vence la desconfianza de los caciques derrotados
Viendo D. Javier su recelo, se arrojó en evidente riesgo de vida, se alejó con sólo el lenguaraz y su ayudante, se encaminó a ellos, y llegando frente a su ejército se apeó del caballo. Sentado con los caciques empezó a tratar el tratado de paz con tal desembarazo y ánimo que se levantó un cacique y le puso la mano en el corazón, para ver si estaba sobresaltado. Se mantenía tan sereno como si estuviera con los suyos, lo que abatió el orgullo de esos bárbaros y les hizo abrazar cuantas condiciones les propuso.
Después de ajustadas las paces, dispuso el victorioso jefe que le acompañaran los tres caciques e indios más allegados. Lleno de los mayores aplausos llegó devoto a la Iglesia, donde el venerable Clero y las Sgdas. Religiones le esperaban con repiques de todas las campanas, a rendir gracias al Todopoderoso Dios y Soberano Señor de los Ejércitos, y al glorioso Apóstol de la India, San Francisco Xavier, intercesor. Hecha esta cristiana diligencia los llevó a su casa con todo el pueblo, los sentó a la mesa, los vistió y les hizo todas las demostraciones de cariño para atraer sus voluntades y la de los indios que los acompañaban, manteniendo la ciudad en precautiva defensa (ap. J. L. Busaniche, Historia Argentina, cap. X).

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