miércoles, 30 de diciembre de 2009

Bajo el yugo rousseauniano de la "voluntad general", el ataque organizado de los "odiadores de Dios" y el absolutismo regio autodemoledor - 21ª nota

El Abbé Raynal, jesuita apóstata de gran influencia, que proclamaba: "¡El crimen es el cristianismo!". Más abajo Carlos III, el rey iluminista que expulsó la Compañía de Jesús descargando un golpe mortal a la católica familia de pueblos iberoamericanos. El desmembramiento del Imperio español constituyó una terrible autodemolición, en la que malos sacerdotes y malos reyes jugaron un rol decisivo.

III PERÍODO – EL RESQUEBRAJAMIENTO PROVOCADO DEL IMPERIO ESPAÑOL (ca. 1750-1810)
Dos fuerzas disociadoras:
· El enciclopedismo revolucionario o jacobinismo
· El centralismo absolutista, compresor de los estamentos, abolicionista de los derechos privados adquiridos o privilegios

Analicemos estas fuerzas que se abaten sobre el Imperio Español buscando desarticular y desplazar aquel promisorio conjunto de pueblos católicos cuya influencia será sustituida, en el siglo XIX, por el liberalismo maquinista, utilitario y nivelador impulsado por Inglaterra y Estados Unidos.
El enciclopedismo revolucionario, en su versión rousseauniana, individualista y de primacía de los instintos, estimula un profundo desorden bajo la fórmula de la “vuelta a la naturaleza”. Fomenta tendencias a la corrupción moral, el descreimiento y el rechazo a la visión católica de la sociedad.
Es el continuador de las tendencias desarregladas que hicieron eclosión en la I Revolución. Estas habían destruido la Cristiandad medieval. El Renacimiento había desplazado a Dios en las mentalidades como centro del universo, entronizando al hombre como medida de todas las cosas. La rebelión protestante, individualista y fragmentadora, había rechazado la autoridad infalible del Papa y el Magisterio de la Iglesia, fundamento de la civilización inspirada en el Evangelio.
El enciclopedismo racionalista va más allá y exacerba el odio a la Escolástica y a la Contra-Reforma.
Voltaire, puesto de moda por las logias, termina sus cartas con el grito de guerra: écrasez l’Infame!, aplastad a la Infame!, o sea, a la Iglesia. Su ironía se burla de todo. Nada queda de venerable ni sagrado, el altar y el trono comienzan a hundirse en esta arena movediza.
Lo rodea una cohorte de “filósofos”; uno lleva el desafiante apodo de “odiador de Dios” (Damilaville).
Lugar preeminente ocupa el Abbé Raynal, jesuita apóstata penetrado de odio radical e impío: ¡el crimen es el Cristianismo! vocifera.
Ambos se deslizan en las bibliotecas ilustradas rioplatenses y ganan influencia: en el Congreso de Tucumán, el representante de La Rioja pedirá medidas contra la difusión de sus obras.
Voltaire escribe Alzire, la novela en que presenta al conquistador español con caracteres odiosos. Otro tanto hace Raynal con su Historia Filosófica y Política de los Establecimientos europeos en las dos Indias (1770).
El tema es desmenuzado por el Dr. Rómulo Carbia en su investigación sobre la Leyenda Negra y su influencia americana. Entre los que se especializan en subvertir América incluye a De Paw, holandés que procuraba cavar una fosa con la Madre Patria. Se valía de los deformantes dibujos de la Colección De Brie, que llenaban la mente de imágenes de opresión y bochorno.
Se nutren del libelo de fray Bartolomé de las Casas, el fallido encomendero que, devenido Obispo, proponía negar la comunión a sus antiguos colegas, lo que fue rechazado por el Clero de Indias. No hizo como un Solano, que censuró a los malos encomenderos pero elevó la dignidad de Alcalde que desempeñaban.
El libelo de las Casas, demuestra Carbia, carece de toda validez probatoria. No obstante fue el vehículo que usaron los “odiadores de Dios”.
Este odio estaba inteligentemente fomentado por sociedades y clubes que organizaban los “talleres de cólera” que prepararon la Revolución Francesa, sacudiendo a todo el mundo cristiano. Los ateliers de colérage de Danton, que refiere Pierre Gaxotte, desprestigiaban el trono y el altar preparando su exterminio con la fórmula de Voltaire: “miente, que siempre algo quedará”.
También se valieron de las doctrinas de Rousseau, enemigo declarado de la ciencia, el arte y la cultura y predecesor del marxismo -que las adscribe, con la religión y la política, a la “superestructura” que “oprime” al hombre.
Otro servicio que les prestó el suicida ginebrino fue su doctrina de la unidad indivisible de la voluntad general, justificación de la arbitrariedad y el despotismo, como señala Herrmann Baumhauer. Sostiene que la autoridad emana de los hombres –no de Dios-, y que ellos se ponen bajo la suprema dirección de la “voluntad general”. Al hacerlo renuncian a su propio poder y quedan en manos de los “supremos” que lo ejercen.
Esa voluntad popular no está fragmentada democráticamente en corrientes. Siendo indivisible, es sólo una. Y toca a los dirigentes de la secta ser sus intérpretes y actuar como “profetas” o “gurús”.
Si, como la Argentina de principios del siglo XIX, la población era tradicionalista, lo que no correspondía a la voluntad general deseada por los hombres de las logias, les cabía a éstos conducir la mayoría contra su voluntad. Lo que no podía hacerse sin recurrir a la fuerza…
Es lo que ocurrió con la llamada minoría logista en la década de 1810 al 20, y luego con Rivadavia.
En nombre de la trilogía Liberté, Égalité, Fraternité, se privaba a los pueblos de la verdadera libertad.

No hay comentarios: