miércoles, 26 de mayo de 2010

Debate en el Bicentenario: resguardando nuestras raíces del centralismo masificador

Algunos puntos a considerar que forman un conjunto:
LA OMISION DE LA ARGENTINA FUNDACIONAL EN CIERTOS ENFOQUES DEL BICENTENARIO, LA PROGRESIVA COMPRESION DE LOS VECINOS Y CABILDOS Y DE LAS AUTONOMIAS, LA IMPOSICION DEL CENTRALISMO MASIFICANTE SOBRE LA CONFEDERACION ARGENTINA...


La señorial Capilla de San Buenaventura de Vichigasta, Monumento Histórico Nacional del siglo XVIII... ¿no forma parte de la supuesta historia argentina de 200 años?



Durante el reinado de los Austrias, las ciudades argentinas eran gobernadas por "vasallos fuertes", como el tipo humano inmortalizado por el pincel de Zurbarán en "La defensa de Cádiz". A partir del siglo XVIII, las ideas absolutistas e iluministas inspiraron al centralismo borbónico que comenzó a comprimir a los vecinos y a los cabildos mientras expulsaba a los padres jesuitas. Su obra fue continuada por el centralismo liberal revolucionario que se impuso en la segunda mitad del siglo XIX.


El Gral. Justo José de Urquiza, impulsor de la Constitución federal de 1853, primer Presidente constitucional de la Confederación Argentina. Después de vencer al centralismo liberal de Mitre en la batalla de Cepeda, se retiró inexplicablemente del campo de batalla en Pavón (17.IX.1861). Así quedaron libradas las Provincias Unidas al liberalismo revolucionario del siglo XIX, precursor del populismo masificante e igualitario que comenzó en el siglo XX.



Presentamos esta serie de tres notas con propuesta de debate en el Bicentenario, publicadas en "El Independiente", de La Rioja, suplemento Familia y Cultura, que aparecerán también en la revista del Instituto de Investigaciones Historicas y Culturales de Corrientes, por gentileza de sus autoridades.
La importancia de dejar en claro puntos fundamentales de la Argentina fundacional y criolla se refuerza cuando se lee, en un diario de la envergadura de "La Nación", que "el actual territorio argentino había dependido de la provincia del Paraguay hasta 1616..." ("¿Pudo Hispanoamérica independizarse sin guerra?" - Por R. Fraga, 21.5.2010) . Quiere decir que la Gobernación del Tucumán, creada en 1563 por Felipe II, y la región de Cuyo, no forman parte de "el actual territorio argentino" (¡¡??).
La sistemática negación de nuestras raíces históricas fue una constante que se acentuó a partir de la tragedia de Pavón, que consolidó el liberalismo revolucionario, lo que inspiró a Fray Mamerto Esquiú su célebre epitafio:
"AQUI YACE
La Confederación Argentina
Murió en edad temprana
a manos de la traición, de
la mentira y el miedo".
Para revertir ese falseamiento que trata de transformar nuestro pueblo en masa, haciendo que olvide sus tradiciones; en aras de una sociedad orgánica, respetuosa de la autonomía e identidad de las provincias, basada en el principio de subsidiariedad, y de una Patria fiel a su identidad de civilización cristiana, proponemos algunas ideas para estimular un debate enriquecedor.

El Bicentenario en una perspectiva federalista – Elementos para un debate constructivo que resguarde nuestras raíces del centralismo, Cuestiones a debatir:
1) Nuestra historia, ¿comienza recién en 1810?
2) ¿Los argentinos hicimos la Revolución de Mayo o ella nos hizo a nosotros?
Palabras dirigidas especialmente a los estudiantes riojanos y de todo el País

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I. Los orígenes de la Nación argentina
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¿Qué es la Patria?
Nos encontramos en un momento muy especial, que nos motiva para reflexionar sobre la patria y los acontecimientos principales de su vida como nación. No sólo en la esfera política –como fue la Revolución de Mayo- sino también los hechos de la cultura, de la economía, de la fe y creencias, del arte: sin estos elementos no podemos hablar de emancipación y ni siquiera de historia.
Los 200 años transcurridos desde la Revolución de Mayo son un hito muy especial; pero nuestra historia no se agota en esos dos siglos sino que éstos se suman a los 260 años anteriores a 1810, desde el primer encuentro estable entre españoles y nativos, de cuya fusión se formó el pueblo argentino. Esto se dio al fundarse la primera ciudad de nuestro actual territorio iniciándose el ciclo fundacional. Si no lo ubicamos en un ciclo y un proceso, el Bicentenario queda descolgado de nuestra realidad histórica y raíces.
Preguntémonos en primer lugar: ¿qué es la patria? Todos la llevamos adentro, pero seguramente nos costará responder la pregunta.
Patria viene de “padre”: es la tierra de nuestros padres, de nuestra familia, donde vivieron nuestros ancestros.
Tenemos una patria grande, que es toda la Argentina, y una “patria chica”, que es nuestra provincia. Y nuestro pueblo, Sañogasta, Vichigasta, y tantos otros, ejemplo vivo de patria en el que vivimos. Si no conocemos cómo se formó la patria, nos será difícil amarla. Pues nadie ama lo que no conoce.
¿Cuál es la primera ciudad argentina y por qué se le llama “Madre de ciudades”?
¿Cuándo comienza la historia de los riojanos?
¿Cómo hizo patria Ramírez de Velasco?
En La Rioja es parte de la historia conocer a los pueblos diaguitas que la habitaban, que estaban dominados desde mediados del siglo XV por los soberanos del Perú, que construyeron el camino del Inca por donde iban a pie nuestros indígenas para llevar su tributo (más de 8.000 en cuatro turnos, cf. Aníbal Montes) y tenían su tambería en Chilecito. También lo es conocer las raíces de la cultura española: lo bíblico y cristiano, lo germánico, lo romano, lo ibérico, que nos lleva a llamarnos hispanoamericanos, iberoamericanos o latinoamericanos.
Para nosotros, riojanos, la historia comienza plenamente cuando empieza a existir una ciudad nueva, futura provincia, Todos los Santos de la Nueva Rioja, el histórico 20 de mayo de 1591. Cuyo fundador, que conocemos y admiramos, Juan Ramírez de Velasco, era Gobernador del Tucumán por especial designación del rey católico Felipe II, territorio de 700.000 km2 que abarcaba todo el Norte hasta Córdoba. Fue la región en la que nos desarrollamos, cuando en los documentos se ponía: en La Rioja del Tucumán, a tantos días del mes de…
La capital de la gobernación se encontraba en Santiago del Estero por ser la primera ciudad argentina, que vio la luz hace 460 años (llamada Barco en 1550, fue trasladada en 1553 y bautizada finalmente como Santiago del Estero).
Si investigamos el acta de fundación de La Rioja veremos que Ramírez de Velasco trajo de Santiago con enormes esfuerzos todo lo necesario para fundar una ciudad. Pues los naturales, al no tener vehículos ni animales de tiro, no construían caminos, como explica Dardo de la Vega Díaz. Abriéndose paso cruzando ríos, montes y cerros trajo miles de cabezas, caballos, vacas, cabras y ovejas. También trajo a lo largo de su gestión burros y cerdos, estacas de vid y de olivo, plantines de frutales, y semillas de trigo y cebada. Aprovechando valiosos cultivos y especies animales autóctonos, como el maíz y las llamas, sentó las bases de nuestra riqueza agrícola ganadera. ¿Qué les parece? ¿No era “hacer patria” e ir formando un pueblo que un día maduraría y se haría independiente?
Y trajo algo más importante: la lengua castellana y la fe católica, el idioma que hablamos y la religión que profesamos la mayoría, que nos hacen hermanos de todos los hispanoamericanos.
Todo eso pudo traerlo de Santiago del Estero, ciudad heroica que merecidamente llamamos “Madre de ciudades”. Pues a pesar de estar sola y aislada en medio de este gigantesco territorio, padeciendo toda clase de privaciones, llegando sus primeros pobladores por necesidad a comer raíces y cueros, y a vestirse con tejidos de cabuya -una penca áspera-, y calzar con cueros de animales, inclusive de perros... con fe y esperanzas de futuro logró mantenerse y reproducir esos animales y plantas traídos de España (a los núcleos hispanos de Chile y Perú), para que cundan en todas estas provincias. En que los primeros pobladores peninsulares formaron núcleos familiares con las indias juríes, de los que nacieron los primeros retoños hispano-indígenas, los primeros criollos, los primeros argentinos del Noroeste (ver “Poblar un pueblo” y otros estudios de Teresa Piossek Prebisch).
Los fundamentos de la patria y el nombre de la Argentina
El tiempo de los cabildos, del tinkunaco y de San Francisco Solano (siglo XVI)
Fe cristiana y sangre mestiza
Estos son los fundamentos de la patria argentina. Lo dicen historiadores reconocidos como José Luis Romero y Vicente Sierra: el espíritu y la mentalidad argentina –que son el alma de la patria- se forma en las ciudades históricas como la nuestra, en el siglo XVI. Entonces recibe ese bosquejo tierno y firme de País el hermoso nombre de Argentina, “tierra de plata”, como la sueña el poeta Martin del Barco Centenera. En esa época viene San Francisco Solano, el gran apóstol de los indígenas autor del “encuentro” o tinkunaco; nacen los cabildos, imponentes edificios donde los vecinos principales, alcaldes y regidores, gobiernan por el bien común sin cobrar un sueldo, viviendo del producto de sus fincas y haciendas. Inicialmente con el sistema de las encomiendas, que va desapareciendo naturalmente al consolidarse la evangelización y la producción.
Gracias a los cabildos en los primeros siglos tuvimos mucha autonomía, y nadie pensó en separarse de España. Los primeros pobladores españoles fueron muriendo. Los sucedieron sus hijos, nacidos en este suelo, muchos de ellos de madres indias. Así se formó el argentino típico, el criollo, de habla castellana, fe católica y sangre mestiza.
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II. Centralismo borbónico versus autonomía –
Maduración del pueblo camino a la emancipación
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Reyes que respetaban la autonomía (Austrias)
sucedidos por Reyes absolutos (Borbones)
A fines del 1700 muere Carlos II, último rey (de la rama española) de la Casa de Austria, familia real descendiente de los Reyes Católicos y de los Emperadores de Alemania, que apoyó decididamente la colonización. Se crean las dos primeras provincias, el Tucumán y el Plata, obtienen del Papa San Pío V el establecimiento del primer Obispado, aquí en el Norte, y con ello el auxilio religioso y la enseñanza para la población. Más tarde el Obispo Trejo y Sanabria, criollo, hijo de conquistadores (hermano de Hernandarias, el primer gobernador –criollo-, sucesor de Ramírez de Velasco en el Plata), y los padres jesuitas fundan la primera universidad, la famosa Casa de Trejo, en Córdoba, donde estudiaron los próceres en tiempos previos a la Independencia, que sigue siendo célebre actualmente.
La nueva dinastía real, la Casa de Borbón, tenía otras ideas, las del siglo XVIII. Era absolutista. No le gustaba mucho aquello de que los vecinos gobernaran las ciudades con autonomía. Se apartó de la tradicional forma de gobernar. Creó el Virreinato del Río de la Plata en 1776 con capital en Buenos Aires, que empezó a crecer desmesuradamente, y con ella el centralismo. El absolutismo borbónico dictó la Real Ordenanza de Intendentes que desorganizó todo el andamiaje jurídico político de la Argentina fundacional. Todo cambió. El criollo perdió el protagonismo que había tenido.
Los padres jesuitas, los mejores educadores del mundo de entonces, fueron expulsados en 1767. Los riojanos lloraban a gritos, dice Armando Bazán en la Historia de La Rioja. Medidas como esas fueron disminuyendo en los criollos la confianza y el amor a la Madre Patria y favorecieron las tendencias a la emancipación fomentadas por las sociedades que difundían, al mismo tiempo, ideas iluministas y liberales.
Nuestros antepasados consideraron que ya estábamos maduros para gobernarnos. Pero no quisieron en modo alguno entregarse a los ingleses, tradicionales enemigos de España, que invadieron dos veces nuestro territorio (en 1806 y 1807), creyendo que los criollos los recibirían de brazos abiertos. Los recibieron nuestros guerreros y vecinos, y hasta los valerosos esclavos, las mujeres y los niños con plomo, cañonazos y aceite hirviendo, y la altiva “Reina de los mares” –como se llamaba a Inglaterra- fue derrotada por el pueblo argentino, que entonces aún gritaba de corazón el tradicional “¡Viva el Rey!”
Madurez para gobernarnos
Ya contábamos con 260 años de existencia como pueblo, desde la fundación del primer núcleo hispano-indígena. Teníamos riqueza y cultura y clases dirigentes formadas y de alta escuela. Teníamos una personalidad, una tradición, reflejada en nuestra música típica, con acordes de guitarra española y ritmos nativos: y no olvidemos que en esa danza tradicional que nos hace vibrar resuena el eco del violín de Solano, aquel misionero que los testimonios de época presentan como capaz de obrar milagrosas curas e impresionantes transformaciones en las almas, patrono de nuestro folklore.
Habíamos alcanzado la madurez y generamos el 25 de mayo de 1810: no fuimos generados por él, como nos quiere hacer creer una historia tendenciosa y masificante.
En 1810, el rey de España, Fernando VII, estaba preso de Napoleón, que invadió la Península con sus tropas francesas revolucionarias. Al llegar la noticia de la caída de Andalucía, las cosas de fueron precipitando. En el Cabildo de Buenos Aires se reunieron los vecinos y depusieron al virrey, designando a la Primera Junta, que consideramos nuestro primer gobierno patrio.
No por nada esto ocurre en el Cabildo, institución nacida aquí en 1550, sin la cual una ciudad no tenía el status jurídico de ciudad, en que los vecinos principales –no el Rey ni el gobernador- elegían a los cabildantes (cada cabildante elegía a su sucesor al finalizar su mandato anual). Y cuando había problemas graves, se convocaba a los vecinos destacados a un Cabildo Abierto, como sucedió el 22 de mayo. Este antecedente permite entender mejor todo lo que ocurre en la Revolución de Mayo.

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III. La herencia del cristianismo y el espíritu de autonomía –
Maniobras que consolidaron el centralismo
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Cristianismo y respeto a la ley, la gran constante
Rumbo a la Constitución de 1853: Dios fuente de toda razón y justicia
El nuevo gobierno, la Junta, en su primera comunicación o proclama, se dirige el 26 de mayo al pueblo, comprometiéndose a mantener todo lo útil y bueno ya existente: las leyes, las costumbres, y lo que la población más valoraba, la fe católica. Y allí le preguntaba a la opinión pública: ¿”No son esos acaso vuestros sentimientos?”
La constante se repite seis años más tarde con el Congreso de Tucumán, que nos dio la Independencia. El mantenimiento de las raíces cristianas fue una obra colectiva en la que descuella un ilustre riojano, Pedro Ignacio de Castro Barros, enviado por el gobernador Ramón de Brizuela y Doria, defensores de nuestra Independencia y tradiciones cristianas.
Como un eco de estas raíces profundas, desarrolladas por entonces durante 300 años, en 1853 las antiguas provincias, que son los miembros de ese cuerpo que es la patria, dictaron la Constitución invocando a Dios como la fuente “de toda razón y justicia”, es decir de los derechos y obligaciones, de las buenas leyes.
Por esa constitución, con algunas modificaciones, nos seguimos rigiendo. Ella recogió la herencia de los grandes valores del pasado y de todos los tiempos, porque Dios, que es su fuente, presente en la mente de los legisladores, es siempre perfecto y eterno. Fue la expresión de la voluntad de las Provincias Unidas del Río de la Plata que formaron la Confederación Argentina. Con una sola y grande excepción, como veremos.
Los dos primeros presidentes constitucionales de la Confederación Argentina
Con qué maniobras el interior quedó relegado
El primer presidente constitucional fue don Justo José de Urquiza. Lo sucedió legítimamente Santiago Derqui. El país caminaba hacia adelante.
Lamentablemente, había graves problemas con Buenos Aires, que quería quedarse con el puerto, que generaba ingresos económicos necesarios para toda la nación. Ese puerto había sido planteado con gran visión de futuro como una necesidad desde los tiempos del Oidor Matienzo y de las primeras ciudades para, como se decía entonces, “abrir puertas a la tierra” y enviar nuestros productos a España y otros centros. Jerónimo Luis de Cabrera, después de haber fundado Córdoba, se dirigió de inmediato hacia el litoral para fundar un puerto, con la idea de que el Tucumán pudiera llegar al Atlántico.
Pero Buenos Aires –dominada por los liberales, centralistas por antonomasia- no quiso participar de la elaboración de la Constitución del ’53. Pretendía formar un país aparte o, en caso de integrarse a la Confederación Argentina, dominar a sus hermanas. Algunos eran capaces de llegar a la guerra para mantener su voluntad.
La Confederación Argentina tenía fuerzas suficientes para medirse con ella: espléndidas caballadas, valerosos gauchos, grandes jefes militares como habían sido el sañogasteño* Nicolás Dávila (*censado en 1810 en su casa paterna en Sañogasta), y el llanisto Facundo Quiroga. Pero después de vencer a Buenos Aires en la batalla de Cepeda, hubo misteriosos arreglos en la trastienda. Una nueva batalla, Pavón, vio el sorprendente retiro de las tropas de la Confederación comandadas por Urquiza. Los verdaderos federales nunca le perdonarán haber entregado así al interior y cambiado la suerte del país.
Esto les dio el triunfo que ansiaban los liberales porteños dirigidos por Mitre. Las grandes riquezas de Buenos Aires permitieron formar una poderosa fuerza militar. La voluntad de las Provincias Unidas fue violentada. Los ejércitos de Mitre sofocaron las reacciones. El Chacho fue asesinado en Olta por el Mayor Irrazábal, por oponerse al avasallamiento de La Rioja y el interior.
Las provincias se dividieron entre sí y Mitre salió vencedor. Fue el nuevo Presidente constitucional de la etapa posterior a Pavón. Lo siguió su compañero de ideas liberales, Domingo Faustino Sarmiento, y luego Nicolás Avellaneda.
Las tres presidencias posteriores a Pavón – Luces y sombras
Estas tres presidencias tuvieron particulares características, buenas unas, y malas otras. El país progresó del punto de vista económico. Se hizo gran exportador de carnes, lanas y productos del campo. Las ciudades se embellecieron con edificios palaciegos y parques de estilo francés. Miles de inmigrantes oriundos de otras tierras vinieron a este querido suelo argentino. Eran gente laboriosa. Algunas zonas progresaron mucho y otras quedaron marginadas.
La creación de escuelas fue un trazo característico de esta época, pero en general se acentuó la diferencia entre las regiones que prosperaron y las que no. Ya no era como en los tiempos de la Confederación Argentina y mucho menos de los cabildos, en que las antiguas ciudades-provincia al ser pares, tenían una misma jerarquía.
Entonces se creó la llamada “historia oficial” (ver la interesante obra de Miguel Angel Scenna), hecha a medida para inculcarle a los hijos de la masa de inmigrantes y a todos una versión de los hechos que relegó las culturas indígenas y la obra de España (utilizando los infundios de la Leyenda Negra) y de los criollos -que llevaba más de tres siglos. Se intentó menoscabar el valor de la obra de las provincias y se centraron los méritos de toda la Argentina en la futura capital: fue nuevamente el centralismo que, a pesar de nuestro expresado federalismo, es lo que realmente vivimos.
Desde nuestros pueblos, mirando hacia La Rioja y todo el País
Los riojanos, amantes de la autonomía y el federalismo –que sostuvimos a costa de nuestra sangre-, no fuimos los más favorecidos, pero supimos progresar y al mismo tiempo mantener nuestra identidad.
En pueblos como Sañogasta y Vichigasta vemos una importante mejora en la construcción de casas y comercios, en la educación y en la producción de aquellos cultivos del amanecer de La Rioja, la vid y el olivo, a los que se sumó el nogal, providenciales pilares de nuestra economía regional. Todos festejamos con entusiasmo el día del pueblo y las fiestas patronales -que tienen como centro las hermosas capillas coloniales, hoy Monumentos Históricos Nacionales-, tradiciones patrióticas que hunden sus raíces en el 1600, renovándose permanentemente.
Amando a nuestro pueblo amamos también a la patria en su conjunto, y nos preparamos para festejar con todos los argentinos el Bicentenario. Conservando nuestras raíces y originales tradiciones, y el recuerdo de nuestros héroes y prohombres, y desde esa base sólida caminando con confianza hacia el futuro de nuestra gran Nación sin dejarnos masificar por el centralismo hueco de alma y de ideales.

Luis María Mesquita Errea

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