miércoles, 24 de julio de 2013

Fundación de Santiago del Estero - Francisco de Aguirre, conquistador, guerrero y estadista de aspiraciones interoceánicas

                             Francisco de Aguirre - Oleo del pintor santiagueño Marcelo Argañarás
Portentoso monumento a Francisco de Aguirre en el parque que lleva su nombre - Santiago del Estero

Fundación de Santiago del Estero, "Madre de Ciudades" - 
4ª nota



FRANCISCO de AGUIRRE –  CONQUISTADOR, GUERRERO y ESTADISTA DE ASPIRACIONES INTEROCEANICAS


Consolida la primera ciudad argentina, la traslada y la bautiza como Santiago del Estero (1553-1554)



 Sobresaliendo de la frondosa arboleda del parque de Santiago del Estero, a menos de un tiro de arcabuz del Río Dulce, un promontorio se eleva hacia lo alto despegándose de lo común y pedestre. En la cima, corta el aire la espada que un hombre de bronce empuña virilmente, como guardando la ciudad en eterno combate contra todos sus enemigos. Es el muy magnífico General Francisco de Aguirre, fundador de Santiago del Estero, “Madre de Ciudades”, versión definitiva de Barco, la primera ciudad argentina.
Nacido en Talavera de la Reina de una familia de caballeros hijosdalgo, conquistador en Cuzco y “primera lanza” en Chile, será uno de los forjadores de la Gobernación del Tucumán, con rasgos de osado estadista, guerrero leal y ambicioso soñador de realidades.
Tres elementos se destacan en él, ya antes de llegar desde Chile a nuestro territorio:
v    Las tierras productivas o feudos bajo su dominio civil y militar, Coquimbo, Copiapó y La Serena, otorgadas  por el Gobernador de Chile, Valdivia, que hacían de su dueño un respetable señor feudal de hecho;
v    Su personalidad fuerte y autoritaria, que llevó a compararlo con un gallo de riña y un tigre;
v     La designación como Teniente de Gobernador de La Serena y Barco, por la que Valdivia le concedía una enorme jurisdicción a ambos lados de la “Cordillera de la Nieve” (los Andes).
Era ésta una tentativa de gran trascendencia política que podría colocar la región del Río de la Plata en manos de Aguirre. “¿No habría así este hombre genial realizado su gigantesco ensueño de unir en una sola gobernación toda la tierra existente ente el Atlántico y el Pacífico, desde la Serena hasta el Río de la Plata?”, se pregunta Roberto Levillier.
Otras dos características de este gran jefe tendrán consecuencias: 
v    Su diplomacia con los indios, basada en un trato recio y leal, que los hacía respetarlo y estimarlo: “Le amaban, dijo un testigo, porque les hablaba y trataba con verdad” (Levillier, “Nueva Crónica de la Conquista del Tucumán”, t. I, p. 188).
v    Su actitud irónica y aún hostil hacia el Clero y su jactancia irreligiosa, propia de ciertos hombres renacentistas como él, aunque debida más que nada a su afán de no tolerar otros poderes. Ella perjudicará seriamente su obra.
“No obstante sus fallas, dice Roberto Levillier, era derecho, abierto y grande, recio y de claro obrar con unos y otros”.
El 14 de octubre de 1552, el poderoso Gobernador perpetuo de Chile, Pedro de Valdivia, deseando prolongar su obra y entreviendo peligros en el horizonte, dicta una provisión ampliatoria con el fin de fijar su propia sucesión. Establece que, en caso de que Dios dispusiera de su persona, su esforzado vasallo Aguirre dejaría de ser lugarteniente, pasando a ser Gobernador de Barco, La Serena y los territorios que, dentro y aún fuera de los límites establecidos, pudiese conquistar y poblar de cristianos. La eventual gobernación de Aguirre, por añadidura, sería independiente de cualquier futuro Gobernador de Chile.
Investido tan generosamente por Valdivia, Aguirre se sentía en la gloria y comenzaba los preparativos para explorar la parte oriental (hoy argentina) de su jurisdicción, invirtiendo de su caudal la gran suma de 60.000 pesos oro.
Aportaba “abundante provisión de armas, herrajes y caballos, gastando para ellos con la magnificencia que solía” (Levillier). Y armaba una fuerza militar de 60 hombres, entre los que se destacaban su sobrino, Rodrigo de Aguirre, y Gaspar de Medina, futuro salvador de San Miguel de Tucumán, que aún no había nacido.
A principios de 1553 se encontraba ya el conquistador con su hueste en tierra de diaguitas (los valles serranos que van desde Salta hasta el sur de La Rioja, próximos a la Cordillera Nevada). Sabía por informantes que Núñez de Prado había trasladado Barco (I) a los valles del Cacique Calchaquí, región donde intentaba hallar la nueva ciudad (ver nuestro artículo “Núñez de Prado, fundador de Barco, primera ciudad y cimiento de la Argentina”).
En lugar de encontrarla, se dio con la imagen desoladora de una abandonada Barco (II), de cuya población quedaban como vestigio chivos montaraces y algún pedazo de cerámica de Talavera en los espacios invadidos por malezas. Se fue haciendo una idea negativa del Capitán Núñez de Prado, que en dos años había perdido dos buenos asientos, meditando qué medidas tomaría a su respecto cuando diera con él, refiere la historiadora tucumana Teresa Piossek Prebisch en “Poblar un Pueblo – Comienzo del poblamiento de Argentina en 1550” (San Miguel de Tucumán, 2004, 516 pp.).
Conocedor de la idiosincrasia indígena, le preocupaba la aparente indiferencia de los calchaquíes;  mala señal de un ataque inminente que no tardó en caer sobre su pequeño ejército. En un combate logró apresar al famoso jefe de los valles, don Juan Calchaquí, bravo, tenaz y peligroso como Aguirre. Tal vez la semejanza entre ambos facilitó el entendimiento, y Calchaquí quedó en libertad, comprometiéndose a mantener la paz.
Se dirigió a la “provincia de Chicoana”, cerca del actual Molinos, tradicional punto de encuentro de españoles e indígenas desde los tiempos de “la Gran Entrada”. Pero aquí también estaban los naturales en pie de guerra. Aguirre obtuvo otra victoria, que mostró una vez más sus dotes guerreras; y también diplomáticas, pues con estos triunfos iba labrando al menos una precaria paz.
Debidamente informado por los indígenas, siguió el rumbo de Núñez de Prado. El país de nogales y cedros fue dando lugar a otro de quebrachales y algarrobales, camino al río Dulce.
La provisión de Valdivia le encomendaba asegurar Barco, pudiendo dejar o no a Núñez como lugarteniente. Pero Aguirre tenía su decisión tomada.
Teresa Piossek nos relata con vivacidad los hechos ocurridos, basada en las probanzas y crónicas de los protagonistas. Aprontando sus hombres, la noche del 20 de mayo de 1553 entró a la ciudad con su estandarte en alto. Su avance fue arrollador. El silencio nocturno, sólo interrumpido por los perros que “toreaban”, fue cortado por la voz potente de Rodrigo pregonero, anunciando que el general Aguirre venía a gobernar la ciudad, por mandato del Gobernador de la Capitanía General de Chile, por Su Majestad Católica.
Como medida precautoria hizo arrestar a algunas autoridades y confiscó provisoriamente las armas de los vecinos. Nadie se resistió. Había miedo entre los pobladores y preocupación por tantas bocas que alimentar llegadas inopinadamente.
A la mañana siguiente vieron pasar a los alcaldes y regidores rumbo al Cabildo. Ninguna autoridad era tenida por válida sin el reconocimiento de este órgano de gobierno que era el alma de toda ciudad hispanoamericana. Aguirre los convocaba para leerles sus poderes y ser recibido como máxima autoridad de Barco.
Cumplida la ceremonia, el pregonero convocó a grandes voces a la población a reunirse en la plaza. Allí encontraron  a la guardia de Aguirre formada con aire marcial, y al conquistador, a quien observaban discretamente, ya que su mirada penetrante y toda su persona transmitía una impresión de autoridad que no toleraba desobediencia ni oposición.
El escribano Gaspar de Medina leyó el acta, fechada en la Ciudad del Barco, “Reino de la Nueva Extremadura”, el 21 de mayo de 1553, en la que constaba que, por voz de Rodrigo pregonero, en presencia de cabildantes, vecinos y soldados “se pregonó esta provisión...después de la haber presentado el dicho general...en el Cabildo...y ser por el dicho Cabildo obedecida, y ser recibido el dicho señor general Francisco de Aguirre por capitán general y teniente de gobernador como en la dicha provisión se contiene” (T. Piossek P., o.c., p. 236).
El aspecto de los vecinos de Barco, cuenta la citada autora, era tan lamentable que más parecían una banda de mendigos. Luego de tres años de penurias, perdidos en la inmensidad, aislados de toda ciudad española, sus otrora elegantes trajes y botas habían sido desgarrados por el uso, los montes espinosos y las flechas,  y reemplazados por prendas y calzado rústico y artesanal, hechos con cueros de venados y tigres, toscas incómodas fibras vegetales como la cabuya y aún “pellejos de perros” para proteger los pies. A ello se sumaban las barbas y pelo encanecidos y crecidos. Lejos de reírse, Aguirre sintió profunda admiración por ellos, pues sostenían la única ciudad existente al oriente de la cordillera.
Luego de la lectura del acta por el escribano, el pregonero Rodrigo dio lectura a toda la población presente de la provisión ya conocida y acatada por el Cabildo, por la que Valdivia revocaba el poder dado a Núñez de Prado y nombraba a Francisco de Aguirre como su teniente, encomendándole el gobierno de Barco y “hacer otras ciudades y poblar cristianos”  y “pacificar a los caciques e indios de las dichas ciudades”.
La minoría de partidarios de aquél sintió que el mundo se les venía abajo. Los padres dominicos Carvajal y Trueno, que lo habían apoyado, no deseaban quedarse, por motivos no del todo claros. La agitada vida trashumante de Barco había impedido que su esfuerzo misionero diera frutos. Al parecer estaban desanimados y querían volver al Perú, cansados de una tierra que parecía tan ingrata.
Por el contrario, los numerosos enemigos de Prado exultaban de alegría y alivio, y, sin llegar a tanto, hombres de la talla de los veteranos Hernán Mejía Miraval y Miguel de Ardiles hacían un balance positivo de la situación, pues sabían que Núñez de Prado nunca sería un buen caudillo.
Aguirre había mandado una partida de hombres a buscarlo y prenderlo, para evitar riesgos y dilaciones como las que protagonizara ante Francisco de Villagrán. Al llegar arrestado a Barco, de la que sería su última expedición exploradora (a las minas del Famatina), Prado palpó la animadversión de los vecinos, incluidos sus parientes, que ya no necesitaban disimular.
Aguirre lo trató con corrección, demostrando que era duro, pero no cruel. Días después lo envió preso para ser juzgado en Chile. Lo vieron partir definitivamente con su conocida expresión de miedo y resentimiento. Antes, tuvo la sorpresa de ver que uno de quienes lo acompañaban al ser apresados era tratado con deferencia por los recién llegados, luego de darse a conocer: se trataba de Juan Gregorio Bazán, otro legendario conquistador del Tucumán, nacido en Talavera de la Reina, como Aguirre, y primo de éste...
Se acababa un gobierno de pesadilla. ¿Cómo sería el nuevo? Muchas señales promisorias se confirmaron. Pero había una espina que con el tiempo daría en infección. Aguirre se desembarazaba de los frailes dominicos pero no traía reemplazantes. Los vecinos se alarmaron. ¿Quién los confesaría, en esa vida irregular que llevaban, en que varios convivían con indias? ¿Quién bautizaría a “los mesticillos”? ¿Quién celebraría la misa? ¿Quién les daría la extremaunción, abriéndoles las puertas de la salvación eterna a la hora de la muerte?
Pero Aguirre era insensible a esos planteos y finalmente los despidió con impaciencia. Los vecinos comprendieron que ellos mismos deberían mantener la fe (Teresa Piossek Prebisch, “Poblar un Pueblo”, p. 243).
Despejado el terreno, Aguirre se abocó a sus geniales proyectos y urgentes tareas de gobierno. Se trazó un plano mental de la gobernación en ciernes y ubicó los puntos estratégicos donde fundaría ciudades para acercarse a Chile y al Atlántico -por el Río de la Plata-, sacando a Barco de su aislamiento y desarrollando el comercio. Todo bien pensado y a ser ejecutado con la garra que lo caracterizaba.
También distribuyó las infaltables encomiendas –que muchas veces eran teóricas, pero al menos “apuntaban a...”- , extendiéndose hacia las actuales Catamarca y La Rioja, teniendo en cuenta el Camino del Inca para conectarse con el reino trasandino.
Nueva savia comenzó a circular en Barco cuando Aguirre inició la distribución de valiosas semillas y plantines y los imprescindibles caballos a quienes estaban de a pie, dando  a todos la orden de aprontarse para las nuevas expediciones.
Aunque costaba seguirle el paso, los pobladores que habían pensado en “mandarse mudar”  habían cambiado de planes,  al renacer de las esperanzas.
Una de sus primeras acciones fue ir “a descubrir el rio bermejo”; de allí “trajo de paz mucha gente” indígena, declaró el testigo Cristóbal Pereira. Con esta convivencia entre indios y españoles, se iba gestando el pueblo argentino.
Inició una recorrida por los vastos territorios dados por Valdivia. Iba descubriendo y conquistando las provincias de los juríes, Salabina, Sanavirones y Río Salado. Visitó decenas de pueblos indígenas con los que aplicaba una política similar a la del Inca: les daba a elegir entre la guerra o la convivencia pacífica.
Volvió a Barco a los seis meses, luego de recorrer 700 leguas. Había noticias preocupantes: rebeliones indígenas aquí y allá, con muerte de encomenderos españoles. Consideraba que el español no debía mostrarse nunca débil ni lerdo so pena de enfrentarse a un irrefrenable levantamiento general. Eligió sus mejores capitanes de entre los veteranos de Santiago: Sedeño, Valdenebro y Mejía Miraval. Les dio instrucciones de ser implacables con los cabecillas rebeldes y ofrecer el perdón a los pueblos, a cambio de la sumisión y la paz. La campaña fue exitosa y se logró una paz inestable.
El 25 de julio de 1553, festividad de Santiago Apóstol, patrono de España, la ciudad vivió un gran día histórico. Fue trasladada a dos o tres tiros de arcabuz de su anterior emplazamiento, que pasó a llamarse “pueblo viejo”. Quedaba así más guarnecida contra las devastadoras crecientes del Dulce. Pero sobre todo Aguirre la fundaba como “Santiago del Estero”, imponiéndose de hecho como su fundador. Se labraron las actas respectivas y se procedió de acuerdo a los usos y costumbres de la Conquista. Un detalle doloroso para los vecinos fue la falta de un sacerdote que celebrara la misa ante un acontecimiento de esa magnitud.
Era por el momento lo único que ensombrecía el promisorio rumbo de Santiago. Aguirre, satisfecho y en la cúspide de su carrera, le escribió una prudente carta al Emperador, pidiéndole que lo nombrara Gobernador del Tucumán, Juríes y Diaguitas, lo que fue apoyado por el cabildo santiagueño.
La carta de los Vecinos señalaba que habían estado a punto de despoblarla “por faltarnos lo necesario para nuestra sustentación”, cuando “Dios fue servido traer a ella al capitán Francisco de Aguirre”, “y certificamos a V.M. que en hacer este socorro...hizo muy gran servicio a Dios... y a V.M.” ; “y en todo se da tan buena manera y orden, como persona que...sirve a V.M. y tiene experiencia de españoles e indios, de que todos vivimos muy contentos... (Teresa Piossek Prebisch, op. cit., p. 248).
Escribían esperanzados e ilusionados “pero, por el contrario, se avecinaban aciagos sucesos”  dice la autora.
El Jueves Santo de marzo de 1554 llegaba a Santiago del Estero  un grupo de jinetes. En la casa del teniente de gobernador desmontaba  Juan de Aguirre, uno de sus numerosos hijos mestizos, trayendo graves novedades. El gran fundador de Chile, Valdivia, había sido muerto por los araucanos en el desastre de Tucapel. Para peor, como él temía, Chile se hallaba envuelto en el caos, en medio de revueltas indígenas y disputas por el poder.
Los cabildos habían abierto el testamento de Valdivia. A Aguirre, establecido como segundo en el orden sucesorio, le tocaba la gobernación por ausencia de quien estaba en primer lugar. Pero temían su autoritarismo y el de su rival Villagrán, formándose “bandos de aguirristas y villagristas...por lo que entre los españoles chilenos reinaba gran desasosiego” (Teresa Piossek P., o.c., p. 250).
Así, “los acontecimientos de Chile interrumpieron su obra” (Levillier).
Con la rapidez que lo caracterizaba, convocó el Cabildo de Santiago del Estero y le comunicó que partía a Chile, causando profundo asombro y malestar. Los vecinos protestaban que, apenas la ciudad comenzaba a ir hacia adelante, recibía un nuevo golpe  agravado por los hombres y cabalgaduras que se llevaría.
Las objeciones se estrellaban contra el argumento de que,  si no defendía su derecho de suceder a Valdivia, la suerte de Santiago corría peligro.
Antes de partir, tuvieron lugar importantes actos protocolares que referiremos oportunamente. Los vecinos quedaron con sensación de abandono, frustración y agravio. Les pesaba la interrupción brusca de sus esperanzas y la pérdida de los hombres que Aguirre se llevaba para su hipótesis de conflicto trasandino, en lugar de limitarse a una guardia.
Le pidieron que enviara socorros y un sacerdote. Asintió secamente y apuró el caballo para partir. “Al salir de la ciudad Aguirre sintió un dolor similar al de dejar una hija amada, pero más fuerte era la determinación de defender su derecho sucesorio”, escribe Teresa Piossek. Debía ganarle de mano al invierno que pronto clausuraría la cordillera. “Iniciaba la marcha confiado en su buena estrella, ignorando que en esa hora comenzaba la inflexión de la curva, hasta entonces ascendente, de su carrera indiana” (o.c., p. 255).






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