martes, 8 de octubre de 2013

Carlomagno, forjador del Imperio cristiano en Europa (para clases de Historia)



CARLOMAGNO,
forjador del Imperio cristiano
en Europa 
Notas para clases de Historia
R
ey de los Francos, luego emperador, realizó durante su célebre reinado de 42 años (768-814) uno de los más altos designios de la historia, la unidad de Europa occidental en un imperio cristiano.
Su amigo Eginardo nos dejó su biografía, Vita Karoli, basada en documentos de época.
Hijo de Pipino el joven, o el breve, y de Bertrada, Carlomagno era un franco de lengua germánica, de estatura mediana, fuerte y corpulento, que amaba la caza y la guerra. Se esforzaba por aprender a leer y escribir, admiraba la cultura, y estaba inspirado en una alta idea de su misión de emperador cristiano.
El reinado del gran carolingio incluyó una serie de conquistas que integraron la unidad franca en territorios extensos, que incluyeron Aquitania, Baviera y otros feudos.
En Germania debió luchar 30 años para enfrentar la resistencia de los sajones.  La capitular de 785 estableció en Sajonia el cristianismo como religión obligatoria. También sometió a los frisones.
En las fronteras orientales se topó con los eslavos y contuvo en las márgenes del Danubio a los Avaros, semi-nómades asiáticos que se convirtieron en tributarios.
Al sur se mezcló en las querellas de los musulmanes de España. A la vuelta de una expedición contra Zaragoza, la retaguardia de su ejército con algunos de sus mejores jefes, como el Conde Roland, fue sorprendida y masacrada por bandas gasconas en el paso de Roncesvalles, episodio que se transformaría en la Chanson de Roland, célebre cantar de gesta.
Carlomagno debió intervenir también en Italia donde la realeza franca había establecido lazos con el Papado.
En una primera campaña recibió del Papa Adriano I el título de Patricio de los Romanos. Capturó al rey rebelde de los Lombardos y confirmó la donación hecha por su padre, Pipino el joven, a la Santa Sede.
Al término de esta “dilatatio regni” las fronteras del reino franco alcanzaban el Elba, el Danubio, los Alpes, Italia meridional y la cuenca del Ebro.
Fue entonces que, encontrándose en la corte pontificia, surgió la idea de hacer revivir a favor del señor de Occidente el título imperial.
El sabio Alcuino preparó al rey y a sus contemporáneos para la idea-fuerza del imperio cristiano. Llamado a Roma para restablecer el orden, Carlomagno recibió emotivos homenajes. El 25 de diciembre, en la Navidad del año 800, en una ceremonia histórica en la basílica de Letrán, el Papa León III pone sobre su cabeza la corona imperial en medio de las aclamaciones del pueblo.
La corona no significaba nuevos dominios pero sí grandes honores y responsabilidades: el Emperador de Bizancio tardó 10 años en reconocerla.
Carlomagno, gran conquistador, no logró darle a su Imperio una organización política suficientemente duradera. El lo recorría en todas las direcciones en sus constantes viajes sin fijar una capital, para darle vida a las distintas regiones y evitar el centralismo. Recién al final de su reinado, Aquisgrán (Aachen en alemán, Aix-la-Chapelle en francés) fue su residencia preferida, pero siguió la costumbre de los reyes francos de tener palacios en las villas, que cumplían funciones de gobierno, e ir de ciudad en ciudad. Siguió confiando en sus ayudantes y condes, legislando con el consejo de los hombres de experiencia mediante capitulares. No exigía grandes contribuciones de sus tierras.
Para gobernar y comunicarse con sus dominios creó los “missi dominici”, “enviados del señor” itinerantes, desarrolló el uso de actas de gobierno escritas y recurrió a la difusión del juramento vasálico o vasallático.  Esto ligaba los súbditos al rey y entre sí por lazos personales, en un contrato que daba lugar a afectos y servicios mutuos en una escala jerárquica no predeterminada. De ahí fue naciendo el régimen feudal característico de la Edad Media.





L
as iniciativas civilizadoras de Carlomagno lanzaron una simiente fecunda. Le preocupaba mucho la formación intelectual y moral de los sacerdotes (el Clero), por lo que lanzó una reforma escolástica llamando a doctores extranjeros como Alcuino, Pablo Diácono y el español Teodulfo, agrupados en la academia palatina que dirigía el movimiento. La creación de la escuela del palacio y de escuelas episcopales y monásticas en todo el Imperio abrió camino al renacimiento de las letras y el pensamiento del siglo IX.
También contribuyó al establecimiento de una liturgia eclesiástica inspirada en los usos y costumbres romanos.
Durante su reinado se formaron los ateliers de copia en los monasterios, en la escritura carolingia que usa los caracteres de imprenta. Las abadías que se construyeron y el arte de iluminación de manuscritos anunciaban una época nueva.
No parece que le haya preocupado mucho la sucesión imperial. Hizo un reparto de sus estados entre sus tres hijos en 806. La muerte de los hermanos mayores mantuvieron la corona al hijo menor, Luis el piadoso (Ludovico Pío). Carlos murió en Aquisgrán el 28 de enero de 814.
Para J. Calmette, Carlomagno tuvo una visión de las realidades y un espíritu de decisión que le permitieron gobernar los acontecimientos: su reinado estuvo bajo el signo del genio.
Ganshof  destaca que siempre actuó con constancia, pero sus descendientes no pudieron mantener por un tiempo la unidad imperial, que se desmembró, hasta que por acción de grandes familias alemanas y del Papado se reconstituyó ya como Sacro Imperio Romano Germánico, por un lado, que duró hasta la Edad Contemporánea, y Francia por el otro, “los dos principales florones de su corona”.
Cualquiera sea la opinión de historiadores y pensadores, nadie puede negar el lugar preeminente que ocupó como forjador de la unidad de Occidente, y su recuerdo y su leyenda no dejaron de encantar a las sucesivas generaciones.
(cf. Dictionnaire des Biographies, bajo dirección de Pierre Grimal, Universidad de la Sorbonne, Paris).

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