martes, 1 de octubre de 2013

La verdadera santidad es fuerza de alma y no blandura sentimental

                                     
                                      Bellísima fotografía de Santa Teresita rezando el Rosario
                                   Imagen deformada de Santa Teresita comentada en el artículo
                          Fotografía auténtica de Santa Teresita, meses antes de su muerte (1897),
                                                          también comentada en el artículo



Ambientes – Costumbres - Civilizaciones
La verdadera santidad es fuerza de alma
y no blandura sentimental
Plinio Corrêa de Oliveira
La Iglesia enseña que la verdadera y plena santidad es el heroísmo de la virtud. La honra de los altares no es concedida a las almas hipersensibles, débiles, que huyen de los pensamientos profundos, del sufrimiento punzante, de la lucha, de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo.
Teniendo en cuenta la palabra de su Divino Fundador, “el Reino de los Cielos es de los violentos”, la Iglesia sólo canoniza a los que en vida combatieron auténticamente el buen combate, arrancando el propio ojo o cortando el propio pie cuando causa escándalo y sacrificándolo todo para seguir sólo a Nuestro Señor Jesucristo.
En realidad, la santificación implica el mayor de los heroísmos, pues supone no sólo la resolución firme y seria de sacrificar la vida si fuera preciso, para conservar la fidelidad a Jesucristo, sino aún la de vivir en la tierra una existencia prolongada, si así fuera el designio de Dios, renunciando a todo momento a lo que se tiene de más apreciado para aferrarse tan sólo a la voluntad divina.
Cierta iconografía, lamentablemente muy en uso, presenta los Santos bajo un aspecto bien distinto: criaturas blandas, sentimentales, sin personalidad ni fuerza de carácter, incapaces de ideas serias, sólidas, coherentes, almas movidas tan sólo por sus emociones y, pues, totalmente inadecuadas para las grandes luchas que la vida terrenal trae siempre consigo.

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La figura de Santa Teresita del Niño Jesús fue particularmente deformada por la mala iconografía. Rosas, sonrisas, sentimentalismo inconsistente, vida suave y despreocupada, huesos de azúcar candy y sangre de miel… es la idea que nos dan de la grande e incomparable Santa.
¡Qué distinto es todo esto del espíritu amplio y profundo como el firmamento, resplandeciente y ardiente como el sol, y  no obstante tan humilde, tan filial, con el que se entra en contacto al leer la “Historia de un Alma”.

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Nuestras dos últimas ilustraciones (nota: al cierre de la edición agregamos la que aparece en primer lugar y muestra a Sta. Teresita rezando el Rosario, recibida de nuestros amigos de la agencia ABIM) presentan, por así decir, dos “Teresitas” distintas, y hasta opuestas una a la otra. 
La primera, carente de todo heroísmo: es la Teresita insignificante, superficial, almibarada, de la iconografía romántica  y sentimental. La segunda es la Teresita auténtica, fotografiada el 7 de junio de 1897, poco antes de su muerte, que ocurrió el 30 de septiembre del mismo año. La fisonomía está marcada por la paz profunda de las grandes e irrevocables renuncias. Los trazos tienen una nitidez, una fuerza, una armonía que sólo las almas de una lógica de hierro poseen. La mirada habla de dolores tremendos, sentidos en lo que el alma tiene de más recóndito, pero al mismo tiempo deja ver el fuego, el aliento, de un corazón heroico, resuelto a ir hacia delante cueste lo que cueste.
Contemplando esta fisonomía fuerte y profunda, como sólo la gracia de Dios puede hacer que sea el alma humana, se piensa en otra Faz: la del Santo Sudario de Turín, que ningún hombre podría imaginar, y tal vez nadie se atreva a describir.
Entre la Faz del Señor muerto, que es de una paz, una fuerza, una profundidad y un dolor que las palabras humanas no logran expresar, y la faz de Santa Teresita, hay una semejanza imponderable pero sumamente real. ¿Y qué tiene de extraño que la Santa Faz haya impreso algo de Sí en el rostro y en el alma de aquella que, en religión, se llamó justamente Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz?

Serie “Ambientes – Costumbres – Civilizaciones” – “Catolicismo” nº 30 – Junio de 1953

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